1/9/11

De isla en isla a bordo del Gaia

Agradezco a mis amigos Stella González, por la recomendación, y Alberto Di Paolo, el mejor skipper, esta experiencia extraordinaria, que compartí además con María José FariñasMar TortueroBárbara Tortuero y Alfredo Parés, por cierto, mucho mejor fotógrafo que yo.

PUNTO DE PARTIDA

A la salida del aeropuerto internacional Eleftherios Venizoles compramos los billetes del autobús que nos llevaría a Lavrio, en un trayecto de aproximadamente veinticinco minutos. Alberto Di Paolo nos esperaba para llevarnos en auto hasta la bahía donde se hallaba fondeado su velero Gaia.

María José
Bárbara y Mar

Liliana y Bárbara

Autobús X96 que abordamos en la parada del aeropuerto Eleftherios Venizoles



María José, Bárbara, Mar y Alfredo

TRAVESÍA A BORDO

A bordo del Gaia, un velero Beneteau de 52 ft. de eslora, zarpamos desde una bahía en Lavrio, ubicado a 60 Kms. al sureste de Atenas, en una travesía de trece días con sus noches por algunas de las islas Cícladas, en el mar Egeo. Nuestro itinerario, en orden cronológico, comprendió Fokaia, Kythnos, Sérifos, Folégandros, Íos, Santorini y Naxos.

Carta Náutica

Skipper Alberto Di Paolo
Tripulación del Gaia (foto ©aparess)

Cubierta del Gaia










Jueves, 25 de agosto
Mucho ajetreo y poco tiempo para anotaciones. Parece que este Diario de abordo no será fácil actualizarlo a diario, y hoy es apenas el primer día. Esta mañana volé desde Madrid a Atenas, a la salida del aeropuerto compré el ticket del bus #X96, que después de varias paradas y 25 minutos de trayecto me dejó en la parada de Nosokomio, donde María José, Mar, Bárbara y yo nos reunimos con Alfredo y Alberto. Inmediatamente nos dirigimos a la bahía donde está fondeado el velero. Debido al fuerte viento y al mar picado tendremos que permanecer aquí hasta mañana, con la esperanza de que el tiempo se modere para poder zarpar.
El barco me encanta. Está muy bien cuidado y ya me di cuenta de que Alberto es extremadamente meticuloso y ordenado. Comparto con Mar la cabina situada en la proa, así que esta noche dormiré mecida, diría que arrullada por el movimiento de la marea. Siento cómo el agua golpea y sacude el casco. Me gusta el sonido del agua tan cerca de mis oídos.













(foto ©aparess)
Sábado, 27 de agosto
Resultó que debimos esperar hasta hoy para zarpar de Fokaia, porque el tiempo se encabritó durante el día de ayer. Esta mañana el clima estaba un poco más aplacado, pero sólo al amanecer. En plena travesía sorteamos olas muy gruesas que nos bañaron como les dio la gana, porque el viento alcanzó los 35 nudos. La pobre Mar dejó la bilis en el Egeo, pero al final se recompuso y su estómago se adaptó perfectamente. Alfredo se pasó todo el trayecto cantando mentalmente para combatir el mareo. En un momento dado, una enorme ola se deshizo entera sobre nosotros y me descolocó de tal manera que me deslicé aparatosamente de babor a estribor. Ahora tengo un hematoma bestial en un brazo, otro en el costado, y el muslo de mi pierna está adolorido por el golpe.
Al cabo de cuatro horas navegando con tan rudas condiciones, entramos en el puerto de una pequeña isla llamada Kythnos. Aquí el viento se siente mucho menos, por supuesto. Después de ordenar todo en el interior del barco, nos fuimos a una calita muy tranquila que está detrás de una colina y allí pasamos un buen rato bañándonos y tomando el sol.
Kythnos es pintoresca, como la mayoría de las islas griegas. Tiene cierto movimiento de turistas que arriban en sus propias embarcaciones o en enormes ferrys. Un grupo de tipos muy guapos llegaron al atardecer a bordo de una espectacular barca de regata profesional con un mástil de carbono altísimo.
Esta noche dormiré como un bebé, porque el Gaia se balancea como una cuna.


(foto ©aparess)



























Domingo, 28 de agosto
Relax total. Imposible pensar en nada. Todo me parece que está tan lejos, o soy yo que me siento felizmente lejos de todo, como si el resto del mundo no ocupase lugar en el espacio o se hubiese difuminado por completo. Hoy no tengo ganas de escribir.

(foto ©aparess)
Lunes, 29 de agosto
Nos vamos a Sérifos. El viento ha claudicado, por suerte, y las olas ejecutan su danza ritual con absoluta armonía. El sol es hoy el único protagonista en este escenario de diversos azules. Es uno de esos días luminosos en los que la felicidad se manifiesta silenciosamente en las mínimas cosas y las hace brillar de un modo extraordinario.

(foto ©aparess)

(foto ©aparess)
Lunes, 29 de agosto, pasado el mediodía
Acabamos de fondear en un paraíso de paz y silencio llamado Kolona, a pocas millas de Sérifos. Nada fuera de lo normal. Lo único que deseo es lanzarme al agua y nadar un rato. Hace muchísimo calor. El paisaje es de postal y Alfredo está feliz disparando con su cámara fotográfica hacia todos lados. María José y sus hijas nadan con cientos de brazadas del punto A al punto B. Yo prefiero nadar en círculo... alrededor del barco. Después de todo, en estas islas nació la Democracia, así que cada cual hace lo que le place.

(foto ©aparess)


(foto ©aparess)

(foto ©aparess)

(foto ©aparess)

(foto ©aparess)












foto ©aparess)

(foto ©aparess)












Martes, 30 de agosto
Navegamos sin novedad. Dormí largo rato durante la travesía. Ahora estamos en Folégandros, y yo estoy enamorada de esta isla, de sus calles empedradas, de sus casitas blancas con puertas azules, de sus empinadas escaleras, de sus montañas escarpadas, de la rugosidad de su tierra, de las cúpulas de sus iglesias. Se respira un aire especial, o al menos así me lo parece.








(foto ©aparess)
Miércoles, 31 de agosto
Zarpamos muy temprano, sin mucho entusiasmo de mi parte, la verdad sea dicha, porque me gustó Folégandros. Además, se come un exquisito Gyros Pita con elementos cuyos sabores no se asemejan a los que haya probado antes, aun cuando tengan los mismos nombres. No cabe duda de que la calidad de la tierra, el clima, el modo de cultivarlos y quién sabe qué más, influyen en las características del producto. Las legumbres y verduras son distintas en cada sitio, incluso en los colores y en las formas. Esa diversidad es lo que hace que la cocina de un pueblo o de un país se distinga de la cocina de otro. Y a mi se me graban en la memoria gustativa, visual y olfativa todas esas deliciosas diferencias, y aún mucho tiempo después soy capaz de percibir imaginariamente la huella que dejó en mi paladar.

Nos aproximamos al puerto de Íos, y desde donde escribo, echada boca abajo sobre la cubierta, presiento que el skipper está a punto de ordenarme que vaya hasta la proa para vigilar el descenso del ancla, y que Alfredo se prepare para saltar a tiempo de coger los cabos y amarrarlos a los bolardos, y que las muchachas tengan preparadas las boyas de defensa para soltarlas sin dejarlas caer al agua cuando él comience a maniobrar para entrar el velero de popa en el espacio que estoy mirando ahora mismo entre otras dos embarcaciones. Así que seguiré con mis notas en otro momento. ¡Me encanta esta faena!





(foto ©aparess)
Miércoles, 31 de agosto, por la noche
Todos estamos impepinablemente de acuerdo en que nos gusta Íos. En cuanto pusimos todo en orden, nos duchamos y vestimos, bueno, en mi caso, vestir no es la palabra apropiada, porque desde que me instalé en el Gaia no me he puesto otra cosa que franelas y pantalones cortos. Salimos a dar una vuelta por el pueblo, subimos a la chora, y nos encantó el buen ambiente que hay aquí. Hasta hicimos compras de regalos y souvenirs en algunas tiendas.

Aprovechamos para averiguar sobre el ferry que va a Santorini. 60€ cuesta el billete de ida y vuelta desde donde estamos. Pensamos ir mañana para pasar el día allá, mientras el skipper se queda en Íos disfrutando de nuestra ausencia.



(foto ©aparess)

(foto ©aparess)

(foto ©aparess)

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Jueves, 1º de septiembre, de madrugada
Salimos en el ferry a primera hora de la mañana rumbo a Santorini y volvimos en otro que abordamos por la tarde. ¡Decepcionante! Todos los sitios llenos de turistas de todas partes, principalmente japoneses con sus cámaras fotográficas diminutas, caminando amuñuñados en grupos numerosos que no le ceden el paso ni a una mosca. Es imposible caminar por las callejuelas sin tropezar con los demás transeúntes, lo que impide apreciar lo que hay de un lado y de otro. También es bastante más cara y más ruidosa, una feria popular interminable con un fondo precioso de montañas inmensas y mar azul surcado por cruceros de varios pisos, ferrys de transporte y yates superlujosos, que atracan en un muelle largo y feo donde esperan taxis y autobuses para llevar a los turistas a la chora. El muelle es un espacio atestado de gente y de vehículos, aderezado con todos los olores que proceden de los locales de comida que hay enfrente. Conclusión: mis amigos y yo estuvimos unánimemente de acuerdo en que no nos pareció nada del otro mundo la famosísima Santorini.

Viernes, 2 de septiembre
A media tarde nos despedimos de la bella Íos y decidimos fondear en una bahía solitaria, a pocas millas de aquélla, donde lo único que se ve es una casa con ventanales en forma de arco, plantada en la ladera de la montaña que tenemos enfrente, donde al parecer jamás ha crecido un árbol. Estamos completamente solos en este maravilloso lugar, tan solos que a nuestros teléfonos celulares ni siquiera llega la señal de ninguno de los satélites que flotan en el universo. Dejamos de hablar por un momento y, salvo por el levísimo murmullo del mar, el silencio se transforma en una cápsula invisible que nos envuelve en una paz indescriptible. Es la sensación perfecta. Nada como un café recién hecho y un Belmont suave para disfrutarlo, mientras contemplamos el declive de esa bola de fuego que se desliza lentamente por la pared del horizonte, y se deja caer por el borde del mar hasta que desaparece del todo.
Mi mente y mi espíritu agradecen infinitamente estos minutos de nada suprema, durante los que me siento fundida con la naturaleza que me rodea, que equivale a una comunión divina con Dios, y de alguna manera, también con los dioses de la mitología griega, cuya genealogía he empezado a leer esta mañana en un librito que compré en Íos.  

(foto ©aparess)




(foto ©aparess)
Sábado, 3 de septiembre
Estamos en Naxos, la isla más grande de todas las que hemos visitado en este formidable periplo. Llegamos al atardecer y nos costó un poquito hallar un buen lugar donde atracar el velero. La travesía desde Íos duró más de lo previsto porque hoy había poco viento en comparación con los días anteriores. En el ínterin pescamos un atún bellísimo de aproximadamente 12 kilos. Después de limpiarlo y cortarlo, el skipper me ha asignado la importantísima tarea de cambiarle el pannolino dos o tres veces al día a cada uno de los grandes trozos de atún que mantenemos secando en la nevera. Intuyo que nos esperan varias comidas a base de este obsequio del mar.
No he dicho hasta ahora que nos hemos alimentado sana y ricamente, gracias sobre todo al talento indiscutible de Alberto en la cocina. Prepara unas ensaladas sencillas, pero tan bien integradas que son una locura. Su especialidad es la pasta, desde luego -italiano al fin-, pero igual sabe transformar cualquier pescado en una maravilla de sazón, ya sea que lo haga al horno o al vapor.
Naxos tiene un puerto muy activo al que llegan y del que zarpan embarcaciones prácticamente durante todo el día. Desde el muelle, la vista es una postal a todo color. Permaneceremos aquí algunos días.






(foto ©aparess)

(foto ©martortuero)

(foto ©aparess)


(foto ©aparess)
(foto ©aparess)

Sashimi de atún recién pescado
Lunes, 5 de septiembre
Ayer alquilamos un Fiat para recorrer el interior de Naxos y por fin logramos ver terrenos arbolados, granjas y rebaños de animales, básicamente ovejas y vacas. Nos enteramos de que aquí se cultivan las mejores papas de toda Grecia. Visitamos algunos pueblitos pintorescos donde aún se trabaja artesanalmente la textilería, pues se usan telares de madera muy antiguos y hay personas que elaboran bordados a mano y tejidos complicados con varias agujas simultáneamente. Me recordó a mi nonna Sabina, cuya habilidad para tejer hasta con cuatro agujas a la vez siempre me dejaba boquiabierta. Yo ni siquiera sé coser un botón decentemente.
La vida transcurre serenamente en estas aldeas, aisladas de la civilización de las grandes urbes. El tiempo parece no tener la menor importancia. Un viento loco sopla y resopla las aspas de los viejos molinos y las de los modernos molinos eólicos.
Muchas viudas vestidas de negro comprando en mercadillos, o sentadas a la puerta de sus casas, o tendiendo la ropa recién lavada en cuerdas extendidas de una ventana a otra encima de las angostas callecitas, niños en bicleta, hombres y mujeres con la piel tostada y el rostro surcado de profundas líneas, las manos fuertes y el andar pausado, ofreciendo sus productos en el mercado y en las tiendas. Los únicos sitios donde se observa cierta agilidad en las acciones son los restaurantes y bares, casi todos siempre llenos de clientes que se expresan en distintos idiomas.
Deberíamos ir mañana a Paros, pero nos sentimos tan a gusto aquí, que probablemente decidamos quedarnos hasta el miércoles, cuando acabará esta aventura marinera. Es lo bueno de ser tripulantes y no pasajeros de un charter con programación horaria de itinerarios prefijados, pues basta que conversemos para ponernos de acuerdo acerca de lo que nos provoca hacer o no hacer. En este sentido, Alberto es un marinero en toda regla, y nosotros también. Nos desplazamos de un sitio a otro según la pauta que nos proporciona, en primer término, la meteorología, y luego el ambiente donde nos encontramos. Por mi, está muy bien si nos quedamos en Naxos, porque he conocido a un joyero griego que me ha invitado a desayunar mañana, y a todos les mata la curiosidad por saber cómo es el susodicho.

Comprobando cómo funciona el servicio de salud griego
(foto ©aparess)

(foto ©aparess)

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(foto ©aparess)
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(foto ©aparess)
Miércoles, 7 de septiembre, en el ferry de Naxos a Pyreus
Llegó el día de desembacar del Gaia, volver a Atenas, abordar el avión a Madrid y luego otro avión para retornar a Venezuela. Recogí mis cosas y las ordené dentro de mi mochila con toda la calma del mundo, esa clase de calma que no es tal, sino una nostalgia anticipada que le desacomoda a uno el cuerpo y la mente y el espíritu, porque tiene clara conciencia de que está a punto de abandonar el estado ideal de existencia para regresar a un estado de caos insoportable entre un montón de gente en ciudades bulliciosas, a la rutina de las responsabilidades y los relojes, a la complejidad de los problemas urbanos y los desórdenes públicos.

Que no me quiero ir, eso es todo. Que saltaré de la popa del Gaia a tierra firme mareada por las emociones y las vivencias de estos días excepcionales. Que extrañaré todos los matices de azul del mar Egeo, la infinitud de estrellas de su bóveda celeste, la rusticidad de la madera de la cubierta del barco, el placer de contemplar las velas al viento, y al mismo viento con su volubilidad anímica, el aroma del café que preparamos a todas horas, el trajín de las maniobras abordo, pero sobre todo, extrañaré el silencio, los largos momentos de sosiego que me brindó el silencio todas las veces -y fueron muchas- que pude hallar la soledad perfecta.

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